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Palabras clave: paisaje, geografía visual, cartografía, títulos de tierras
Resumen: Según el historiador Raymond Craib, la historia del Estado moderno mexicano se puede explicar como un “drama espacial de paisajes fijos y fugitivos” (Craib, 2013). Con esto, Craib nos invita a pensar en el espacio no como el escenario en el que se desarrolla la historia, sino como un factor que la determina. En esta ponencia colaborativa, proponemos estudiar una serie de mapas de distintas escalas hechos tanto por pueblos indígenas y campesinos como por historiadores y geógrafos en el marco de proyectos impulsados por el Estado durante la segunda mitad del siglo XIX. Nos enfocaremos en la tensión entre distintas nociones de paisaje presentes en estos objetos. ¿Qué ideas del paisaje están expresadas en una carta general de la República hecha por un geógrafo como Antonio García Cubas? ¿Cómo son confrontadas por las visiones del paisaje presentado en un títulos de tierras de factura indígena? Ambas responden alfueron creadas en el mismo contexto de formación de nación y reorganización del territorio y fueron producto de la ansiedad del Estado por fijar los territorios tanto en escala local como nacional. Esa ansiedad está claramente presente en estos mapas, hechos y/o presentados ante instituciones gubernamentales con el fin de afirmar ideas sobre qué es y a quién le pertenece un determinado territorio. Dichos mapas son tanto visuales como textuales, a la vez que históricos y muchas veces narrativos, pues presentan escenas sobre la conformación y pasados del lugar: ya sea la dotación de mercedes de tierras a un determinado pueblo y la delimitación de sus linderos entre música, rituales y festejos, o el legendario encuentro entre Moctezuma y Cortés en la antigua Tenochtitlan. ¿Qué personajes aparecen en cada uno y qué lugar tienen en la creación de estos paisajes? ¿De qué manera interactúan humanos y otras especies y elementos “del paisaje” en estas cartografías? En ambos casos, la necesidad de cartografiar y de “fijar” un paisaje, como diría Craib, en términos representacionales están claramente ligadas a la necesidad o interés por fijarlo en términos materiales también: de poder asir un territorio (una extensión espacial sobre la que se ejerce una soberanía) al volverlo un paisaje (la representación de ese territorio) (Fernández Christlieb y García Zambrano, 2006). Podemos decir entonces que históricamente las negociaciones territoriales entre los pueblos y el Estado han sido mediadas por distintas imágenes del territorio, o lo que aquí entendemos como paisajes. Teniendo en cuenta esta relación, nos interesa abrir una conversación acerca de las conexiones entre lo visual, lo político, lo ambiental y lo geográfico mediante un trabajo colaborativo que explore estos procesos paralelos: la creación y utilización, por un lado, de imágenes “científicas” de la nación (a gran escala y de manera institucional), y, por el otro, de imágenes locales hechas para reclamar derechos ancestrales sobre un territorio. Por último, nos preguntamos ¿de qué manera la categoría de paisaje ha sido utilizada históricamente por diferentes actores? ¿Qué paisajes fijos y fugitivos aparecen en esta historia y qué modos de vida y formas de relación nos presentan?"
Resumen: Esta propuesta forma parte de la construcción de un marco teórico para la investigación de doctorado que nos permita estudiar la relación de tres fenómenos sociales con el paisaje de la comunidad indígena rural 1 donde ha ocurrido: desgrarización, migración y turistificación. La propuesta teórica parte de las implicaciones que estos fenómenos sociales han tenido en los paisajes de -primordialmente, pero no exclusivamente- las mujeres: la transformación histórica en su conocimiento local, uso, prácticas, estrategias de manejo y participación sobre el paisaje durante determinado periodo histórico.
El espacio, indudablemente, se encuentra estructurado sobre la base de género y es político porque está compuesto por múltiples relaciones de poder (Massey, 1994, 1998) Esta estructuración del género ocurre en miles de maneras diferentes que varían de cultura a cultura y a lo largo del tiempo. Las definiciones teóricas de autores sobre el paisaje aluden al entorno visible, principalmente, exterior, pero no sólo a los rasgos fisonómicos, visibles y materiales del espacio, sino a su índole valorativa: es decir, las atribuciones culturales, de cualidades y significados, su valoración cultural, el conocimiento, la relación y la forma de entender esas formas geográficas de mujeres y hombres (Ortega Cantero, 2014) . Se correlacionen así los paisajes geográficos “físicos” con la percepción que generan en la población, por lo tanto tenemos que entender cómo la población vive y percibe sus paisajes, evaluando sus comportamientos espaciales y representaciones (Thiébaut, 2017) .
El conocimiento ambiental de un paisaje es influido, también, por la movilidad, el tiempo, el uso, etc. A pesar de que las mujeres tienen un conocimiento valioso e invisibilizado de ese paisaje “exterior”, se encuentran socialmente recluidas en espacios interiores y domésticos donde pasan mayor cantidad de tiempo que los hombres. ¿Cómo saldamos esa escala? ¿Las invisibilizamos en nuestra definición de paisaje porque su movilidad o su conocimiento es mayormente invisibilizado? ¿Escuchamos la voz de aquellos cuyas actividades y movilidad se desarrolla en el paisaje exterior -principalmente hombres-? ¿Cómo incluir los espacios de la mitad de la población mundial? Podríamos generar una teoría del paisaje integral, cuyo foco sea puesto, indispensablemente, en algún momento en una escala de espacios domésticos e interiores, para entender en toda su complejidad el paisaje que observamos. Pero también podemos comenzar a hablar de los paisajes de las mujeres, aquellos que parten de una escala doméstica hasta llegar a una escala comunitaria o exterior y no viceversa. Una vez más, el paisaje es político: la movilidad, uso y conocimiento de ese paisaje por parte de cada género están atravesados por relaciones de poder, acceso o exclusión de espacios. Sin embargo, para las geógrafas feministas, la división entre espacios públicos y privados también es uno de los aspectos más opresivos del espacio cotidiano. Partiendo de que las fronteras entre espacio público y privado son ficticias, habría que dejar de ver el espacio doméstico sólo como un lugar estático, inmóvil y donde se emplazan opresiones. El espacio es un lugar dinámico, lugar de re-evaluación y mediación de relaciones de poder (Carubia et al., 2005, p. 5) .
Trabajar con el paisaje desde la geografía es un ejercicio de alteridad que consiste en tratar de entender cómo, diferenciadamente, mujeres y hombres perciben su paisaje, lo conciben, nombran cada rasgo geográfico en su lengua originaria; es una ventana a su cosmovisión, en él realizan prácticas culturales cotidianas y rituales, en suma, es un esfuerzo de imaginar cómo es percibido el mundo por otras culturales, en otras épocas y medios sociales diferentes al nuestro (Maderuelo Raso, 2006) . Evidentemente, este ejercicio de alteridad depende de la mirada que lo contempla (Checa-Artasu, 2017) . De acuerdo con Monk, los paisajes encarnan valores patriarcales que, al ser leídos, revelan que “apoyan la dominación de los hombres y la subordinación y opresión de las mujeres” (Monk, 1992, p. 123) . Esta lectura, para la Geografía Cultural, se hace con el cuerpo: el cuerpo de la investigadora es la forma de percibir y estudiar el mundo que nos rodea, no sólo el caminar, sino los valores sociales que nuestro cuerpo y movilidad performan al estar en campo, recorriendo no sólo los paisajes exteriores, sino tomando en cuenta los interiores. Palabras clave: paisaje, género, feminismo, paisaje interior, paisaje exterior.